140 es un indie que ha sido apadrinado bajo el sello Double Fine Presenta. Es, además, un proyecto de Jeppe Carlsen. Si ese nombre no os dice nada, seguro que hay un juego en el que el diseñó los puzles que si os suena más: LIMBO. Una producción pequeña e interesante que sin lugar a dudas merece la pena probar pero, ¿estará a la altura de los nombres que la acompañan?
Trampas con ritmo
El movimiento artístico de Bauhaus, una escuela de arte alemana, combina artesanía y toques refinados utilizando en la mayoría de sus trabajos patrones geométricos. Se define en dicho movimiento al triángulo como la figura más ligera, al cuadrado como los cimientos y a los círculos como la vitalidad. 140 está muy inspirado en todo esto, teniendo nuestro personaje controlable una de las tres citadas formas según su ubicación en el escenario.
Bajo la apariencia de otro plataformas independiente, 140 busca ofrecer un punto más: el ritmo. La música es una parte vital del juego, siendo imprescindible jugar sin el volumen bajado o bien utilizando los altavoces o cascos en el GamePad a través de la característica Off-TV. Resulta curioso además que, de principio a fin, nunca se vea una pantalla de menú, créditos o de cualquier otro tipo, dejando el protagonismo a lo visual, lo sonoro y la jugabilidad al 100%.
Respecto al ritmo, el juego comienza suave, en blanco y negro y mudo, pero cada vez que se llega a un cambio de zona, sube un poco la intensidad, lo que se refleja en más dificultad, más colores de fondo y más efectos añadidos a la música. La mayoría de saltos tienen un pequeño puzle detrás basado en encontrar el momento justo para avanzar o pasar por una zona, algo que el ritmo de la música nos ayudará a encontrar.
Los “puzles” son la esencia del juego y proponen variedad de situaciones más allá de las iniciales plataformas que desaparecen y aparecen al ritmo de la música. Pese a que ese concepto es la base del juego, cada vez que se añaden variantes consiguen crear sensación de novedad, como cuando hay cambios de gravedad o bien cuando se pisan ciertas plataformas para que aparezcan otras en su lugar.
140 no es un paseo, y por ello moriremos en más de una ocasión. Conseguir “la bola” que permite cambiar de zona dentro de cada nivel no es tarea sencilla, y por ello hay muchos puntos de control a lo largo de la partida. En total hay tres fases, cada una caracterizada por ir añadiendo nuevas mecánicas jugables y por tener al final un “jefe” un poco peculiar, basado principalmente en esquivar, aunque con ciertos contra-ataques que siguen el tempo de la música.
El juego es muy corto, pues en menos de una hora hemos podido llegar al final (aunque puede que el último jefe u otro momento obligue a que haya que repetirlo hasta entender su funcionamiento) y, para poder empezar desde la fase que se quiera hay que completar las tres disponibles de una sentada. Eso sí, existe un modo espejo en el que se avanza a la izquierda y sin puntos de control (se repite la fase entera), ofreciendo un reto extremo que pondrá a prueba los reflejos y la paciencia del jugador.
En definitiva, 140 es una experiencia ligera e intensa al mismo tiempo. Una delicia que atrapa por momentos y que frustra a otros. Falla mucho en duración y hay momentos en los que hay que aprender a base de ensayo y error más que con la música. También es importante destacar que los colores del fondo que van apareciendo pueden ser algo molestos para algunas personas. ¿Merece ser jugado? Sí, pero quizá no a cualquier precio.