Si os nombro a Yosuhiro Wada, probablemente la mayoría de vosotros os estéis preguntando quién es y por qué deberíais saberlo. Ahora, si os comento que es el creador de Harvest Moon, ya os situáis un poco mejor. Esta vez, el japonés nos propone una historia nueva con dragones y cafeterías, algo que, desde luego, llama la atención. Little Dragons Café llega a Nintendo Switch, de forma más o menos correcta, si bien es cierto que es uno de esos títulos que funciona mejor sobre el papel que una vez lo estamos jugando. Veamos qué tal.
La cuenta, por favor
La historia es simple y a la vez bastante extraña. Somos dos hermanos cuya madre tiene una cafetería. Nosotros la ayudamos recogiendo ingredientes y cocinando algunos platos para contentar a los clientes, y en esto se va a basar la mayor parte del juego. Un día, cuando nos despertamos, vemos que nuestra madre no está en la cocina, lugar donde siempre nos espera. Al entrar en su habitación nos la encontramos muy enferma. Sin previo aviso, se presenta ante nosotros un mago bastante mayor que nos avisa de que la única forma de curar a nuestra madre es criando a un dragón. A partir de este momentos somos nosotros los encargados de llevar la cafetería y de alimentar a nuestro nuevo compañero.
Pasamos la gran mayoría del tiempo investigando nuevas zonas alrededor de la cafetería, recolectando ingredientes para preparar las recetas que ya conocemos o buscando unas nuevas recogiendo fragmentos que, al juntarlos, nos desbloquean una nueva comida. Tenemos un huerto, y también podemos pescar o recoger fruta de los árboles. Estos ingredientes se reponen con el tiempo, así que si no tenemos suficientes para cocinar el plato que necesitemos o queramos, debemos esperar a que se repongan para poder recolectarlos.
Nuestro deber es, pues, aumentar la carta de platos disponibles en nuestra cafetería, contentar a nuestros clientes esforzándonos por crear la comida lo mejor posible con un minijuego rítmico que nos obliga a pulsar ciertos botones cuando llegan al extremo de la pantalla, algo típico de un Guitar Hero o de cualquier juego musical de este estilo, y cuidar de nuestro dragón mientras vemos cómo crece. Nuevos personajes, además, se unen a nosotros para ayudarnos en la cafetería conforme avanzamos en la historia.
El dragón nos puede ayudar a la hora de alcanzar ciertos lugares, pero su importancia es más narrativa que otra cosa, ya que a parte de suponernos una carga apenas añade ninguna utilidad más a excepción de algunos momentos concretos.
Sin conservantes, ni colorantes
El apartado artístico de Little Dragons Café es uno de sus puntos más fuertes. Al igual que ocurre con otros juegos, este título pertenece a una categoría que me gusta llamar algo así como “juegos de escritorio”. Básicamente aquí entran todos esos juegos que se ven genial en imágenes, y luego en movimiento pierden bastante. Pero, oye, un fondo de pantalla guapo sí puedes sacar de aquí. Imitando dibujos sencillos, los elementos que conforman los fondos destacan por su minimalismo. A su vez, la banda sonora es algo repetitiva, pero podemos silenciar la consola tranquilamente y jugar a nuestro rollo sin atender a todo esto, al menos hasta que vayamos a cocinar un plato, donde nos va a ayudar mucho tener sonido para crear los mejores platos posibles.
Aquí empiezan los problemas que crucifica lo mejor de este juego. Para empezar, hablemos de los controles. Imprecisos y pesados, mover a nuestro personaje se siente demasiado raro. Los saltos no sirven para superar prácticamente ningún obstáculo, y el protagonista responde al movimiento de los sticks como le apetece. En un juego donde debemos movernos para explorar nuevas zonas y recolectar constantemente ingredientes, es imposible ignorar la falta de atención que sufre este detalle.
Pero no es lo único. El pop-in es inmenso, lo cual se traduce en un escenario completamente vacío en el que vemos aparecer cosas de la nada cuando estamos a escasos metros del lugar, un efecto que, por la propia carga gráfica del título, debería ser inexistente. No estamos ni mucho menos ante un portento que consuma toda la GPU de nuestra Nintendo Switch, así que no hay excusa alguna para que esto ocurra.
A su vez, las pantallas de carga son demasiado frecuentes. Cada vez que vayamos a salir o entrar a la cafetería, tendremos que comernos una muy ricamente. Tenemos que aguantar, además, una pantalla de carga cada vez que empiece una conversación, demasiado frecuentes sobre todo en las primeras horas de juego, lo cual resulta muy, muy tedioso y cargante.
Dinner is coming
Little Dragons Café se queda en tierra de nadie. Si bien tampoco viene a revolucionar nada, proponía una mezcla de conceptos interesante que no ha sabido estar a la altura a nivel técnico, algo bastante inaceptable viniendo del creado de una saga tan importante. Medios no han faltado, y experiencia tampoco. Aún así, los peques de la casa es muy probable que vayan a divertirse unas cuantas horas gracias a este título, algo que nunca viene mal. Aunque, eso sí, nos va a tocar pasar por caja y dejarnos casi 50 euros, ya sea en digital o en formato físico. Un precio quizás algo elevado para la calidad final del juego, pero que en cuanto a contenido y duración cumple más que de sobras.
Guapito, ¿más patatitas?