Ya está con nosotros el final de la trilogía de Baobabs Mausoleum. Tres juegos para una única historia nacida de la (perturbada y genial) mente de Jacob Jazz (Celery Emblem) que en su empeño por homenajear y entretener han logrado que nos encariñemos como no pensábamos que lo haríamos con una berenjena vampiro del FBI.
El cierre
Y eso que Watracio Walpurgis muere. Tranquilos, que lo hace nada más empezar el juego. Baobabs Mausoleum Ep.3 empieza justo donde acabó 1313 Barnabas Dead End Drive pero lo hace acercando mucho más su jugabilidad al primer episodio que a este segundo, algo que, por otra parte, se agradece al permitir a su creador dejar volar su imaginación y de qué manera al ser un capítulo más guiado y por lo tanto también más guionizado.
Nuestra misión sigue siendo la misma, encontrar y rescatar a Daphne, nuestra novia, y para ello no dudaremos en burlar a la propia muerte y en volver a Flamingo’s Creek, el extraño pueblo al que solo se puede llegar un 11 de marzo cada 25 años y que esconde numerosos secretos, tanto individuales como uno que afecta a todo su conjunto: ¿quién es el habitante número 64?
No os diremos si esta pregunta encontrará respuesta, pero podéis apostar a que sí lo harán otras muchas ya que Un Pato en Muertoburgo recopila hilos y personajes de los dos episodios anteriores y los trae de vuelta en una suerte de juego-homenaje a sí mismo, sumamente autorreferencial y tan corto como intenso. Es raro de decir, pero Baobab’s Mausoleum se disfruta mucho más como ha estado ideado desde un primer momento, es decir, a trozos. Es tosco, feo a propósito y agobiante a veces, por eso es ideal para pequeñas dosis. Su histrionismo es asimismo tanto su encanto como lo que más echará para atrás a muchos, pero que no os engañen sus personajes exageradamente feos o sus macabros escenarios, ya que Baobabs Mausoleum Ep.3: Un Pato en Muertoburgo, así como su primer episodio y algo menos el segundo (que era más detectivesco en líneas generales), esconden una gran y directa jugabilidad.
Este ha sido precisamente el plato fuerte de todas las entregas y aquí no iba a ser menos, solo que se ha compactado todo mucho. Eso sí, el ritmo es frenético en casi todo momento (no será improbable que nos astasquemos unos minutos) y no dejaremos de hacer cosas nuevas y diferentes a cada rato. Tan pronto estaremos atropellando ovejas en un campo de golf como resolviendo un acertijo en un entierro oficiado por una ardilla zombi o disparando a misteriosos seres como si estuviéramos jugando a un shooter sobre raíles. Todo vale en una historia que empezó como Twin Peaks y acabó adquiriendo alma propia.
A ello ayuda también un estilo visual único (si no tenemos en cuenta los dos episodios anteriores, claro está) que parece sacado de los buenos tiempos de Tim Burton y una banda sonora en consonancia con el resto del juego y con temas en español que, bueno, será mejor que oigáis vosotros mismos. Claro que así no se hacen raros sus hilarantes diálogos ni el hecho de que Watracio sepa que está en un videojuego o incluso que el propio juego se ría de nosotros mismos.
En definitiva, no pasa nada si no sabemos finalmente quién es el habitante número 64 o si nos quedamos al final con la chica, lo importante ha sido el viaje, una experiencia única impropia hoy en día y muy disfrutable para quienes no se rindan a las primeras de cambio y para quienes sepan ver más allá de un apartado visual y sonoro no apto para todos los públicos.
Una pena que sea tan corto.
Nota del autor: la nota se otorga de manera global a lo que al final ha resultado ser la trilogía de Baobabs Mausoleum. Por lo demás, es imprescindible haber jugado antes a los dos episodios anteriores si se quiere entender y apreciar este último.